Desgraciadamente este año no puedo viajar tanto como me gustaría y es que ni las infraestructuras son óptimas ni las opciones baratas… de todos modos aprovecho para moverme por “la zona” y esta vez tocaba visitar a Pablito, mi compañero de Belgrado.
Viernes 30
Aunque existen varias opciones de ir a la capital Serbia, optamos por la manera más rápida y barata. Salimos del trabajo y casi directamente fuimos al aeropuerto, donde aprovechamos a comer algo. A las 17:30 despegábamos y a las 18:20 ya estábamos aterrizando en Timisoara.
Pablito se había encargado de reservarnos un taxi con la agencia GEA Tours, que por 20 euros por pasajero cubriría los ciento y pico kilómetros restantes. El taxista, un serbio muy simpático, nos recogió en el mismo aeropuerto y nos dijo que viajaríamos solos, así que ahí estábamos, Pablo (el de aquí) y yo, en un autobús-taxi de unos 30 años atravesando carreteras un tanto descuidadas y sufriendo la ya sufrida suspensión del coche que amortiguaba los baches que encontrábamos por el camino.
Sabre las 21:30, ¡gracias cambio horario!, llegábamos a un Belgrado oscuro pero iluminado por las carentes farolas de aquí. Nos encontramos con Javi (comex de allí) y Pablito se encargó de recibirnos como acostumbra a sus invitados (o eso nos dijo), una sonrisa de oreja a oreja y un vasito del licor típico del país, no ayudó a asentar el movido estómago, pero tampoco lo removió. También nos recibió Elena, con otra sonrisa pero sin vasitos (¡menos mal!), dejamos todo, nos adecentamos un poco y fuimos a pasar la noche al casino.
¡Somos ricos!
No, no. No me he vuelto adicto al juego pero nos dijeron que allí también era un plan bastante apetecible donde pasar una noche tranquila, así que allí fuimos. Cenamos por un módico precio (aquí en Bucarest sale gratis), jugamos, bebimos y algunos ganamos. La diosa
Fortuna quiso estar de mi lado aquella noche y en el BlackJack era imposible perder (más de veinte manos sin perder ni una de ellas), ¡hasta cometí el error de “romper” dos cuatros”… para ganar! Tan impresionante como la velocidad de la crupier al manejar las cartas, nunca habíamos visto nada igual…
Del casino fuimos a casa donde continuamos jugando a las cartas, esta vez algo más español, y a muy altas horas de la noche decidimos acostarnos.
Sábado 1
Paseando por Belgrado
Dormimos muy poco, unas dos o tres horas. Nos hubiese gustado quedarnos remoloneando en la cama pero no se puede ir a una ciudad nueva y perder el tiempo durmiendo así que Pablito vino a despertarnos, desayunamos rápido y nos duchamos para luego ir hacia el centro y darnos un paseo.
Comimos en el Supermarket, un sitio extraño, tienda y restaurante a la vez, pero que me gustó bastante. Después salimos de paseo al parque, una de las pocas cosas que hay que ver por allí, donde nos creímos soldados en plena guerra montándonos sobre tanques, antiaéreos y torpedos.
¡4 torpedos!
¡Lo sabemos!
Volvimos a casa a descansar, dormimos un poco y nos preparamos para la cena. Comimos en un restaurante típico serbio, no recuerdo el nombre pero podré decir que es donde he comido el mejor steak tartar de mi vida. Era de caballo y no era el típico de carne picada si no algo así como batida, increíble, deleitante, apasionante… y perfecto como previo al chuletón de caballo que vendría después. De postre, algo típico de la zona, demasiado empalagoso para mi gusto y que ni el orujo infernal aquel pudo rebajar…
Fuimos a un bar llamado Tijuana y localizado en alguna de las plantas de un edificio normal. Bebimos algo llamado “joder” y que, efectivamente, hacía honor al nombre; no sé si por la expresión que clamabas al bebértelo o por la acción que producía en tu organismo, el caso, que aunque nos dejo bastante afectados no consiguió mermar nuestras ansias de descubrir la noche serbia así que de ahí fuimos al Plastic donde la noche se desvirtuó demasiado. Chicas demasiado despampanantes para unos ojos no acostumbrados, luces de colores, música un tanto sicodélica y unas cuantas cervezas dieron como resultado alguna que otra pérdida de la noción espacio-temporal. Tras casi una hora de desesperada búsqueda conseguimos hallarla para arrastrarnos a casa en un taxi que dudó en coger a semejantes elementos…
Éramos 4, luego 3
Domingo 2
Aunque parecía que no, la noche anterior habíamos llegado a casa en bastante peor estado del que creíamos llevar así que dormimos hasta bien entrada la tarde. Sobre las 17 o así abrimos los ojos para encontrarnos un día gris y lluvioso que quitaron las pocas ganas que quedaban para hacer algo.
Pablito, hizo de buen anfitrión y nos arrastró hasta un puesto de comida donde probamos algo típico del país. Una especie de hamburguesa enorme, con muchos condimentos y algo picante aportó las fuerzas necesarias para poder ir a visitar lo poco que nos faltaba, la iglesia de San Marco.
Saltando en San Marco
Volvimos a casa, pasamos la tarde jugando a las cartas y como la noche se planteaba un tanto indecisa decidimos recurrir al seguro, lo que nunca falla. El casino. Y ahí fallé. Si el viernes era incapaz de perder una mano, el domingo era incapaz de ganar una, así que la diversión se acabó antes de lo esperado por lo menos en cuanto al juego se refería, pero la cena y la compañía eran más que suficiente…
Lunes 3
Tampoco madrugamos mucho, no quedaba casi nada que ver así que con la calma nos fuimos levantando, duchando y preparando las mochilas para la vuelta.
Volviendo a casa
Paseamos por el centro de Belgrado y vimos
las casas destruidas por la guerra. Comimos en un restaurante cerca de la estación, creímos perder el tren pero afortunadamente estábamos equivocados en la hora para bien. Tomamos un café y nos metimos en el compartimento con camas del tren que tardaría 13 horas en devolvernos a la realidad bucarestina…