Hacía ya mucho tiempo que tenía ganas de hacer un viaje por Asia y sumergirme en esa cultura tan distinta a la nuestra, ¿qué mejor que aprovechar este año que tenemos amigos repartidos por allí?
Pues sí, escasos pero queridos lectores, ¡por fin he salido de este viejo continente llamado Europa! Ha sido un viaje increíble que me hubiese gustado prolongar muchísimo más pero que como todo lo bueno, tiene que acabar… Intentaré contaros cómo fue mi viaje con un grupo de becarios IC3X por aquellos lares aunque esta vez, en lugar de relatar el día a día como he hecho en otros viajes, voy a intentar agruparlo por países para que la entrada no quede demasiado extensa…
Moscú (2 de junio)
La mayoría de los vuelos hacia China suelen hacer escala en Moscú, nosotros no íbamos a ser la excepción y encima nos tocaba esperar 12 horas entre avión y avión. Gracias a Julio conseguimos tramitarnos un visado y así poder visitar la capital rusa.
Saltando en Moscú
Entre los retrasos y los trenes para desplazarse del aeropuerto a la ciudad, esas 12 horas se quedaron en mucho menos y tuvimos mucho menos tiempo del que nos hubiese gustado para ver la ciudad. Moscú merece la pena, casi prefiero considerar que no la he visto para tener que volver a visitarla, me gustó mucho todo lo que pudimos ver: Plaza Roja, Kremlin (por fuera), tumba del Soldado Desconocido, varias estaciones de metro preciosas y un paseo en barco por el Moscova. Además, sufrimos el cirílico en nuestras carnes y por culpa de ello nos perdimos en la red de metro apareciendo mucho más lejos de lo que nos hubiese gustado (¡2 horas perdidas por un fallo de pronunciación!) y menos mal que apareció un chavalillo que hablaba inglés, si no, aún estaríamos por allí…
Habrá gente a la que le desesperará pero a mí me encantó llegar a un lugar y no poder ser entendido por nadie, creo que es parte del encanto de viajar.
Estación de metro de Moscú
En el aeropuerto nos reunimos con el resto de becarios que también habían decidido poner rumbo a oriente, cariñosos saludos y embarque en un vuelo de ocho horas que se nos haría eterno…
Vuelo eterno de ida
Shanghai (3 a 7 de junio)
Llegamos por la mañana, pronto, pero debido a unos problemas con la maleta de uno de nosotros tuvimos que esperar un buen rato en el aeropuerto antes de sumergirnos en la ciudad… Existen varias opciones para ir desde el aeropuerto al centro de la ciudad y nosotros optamos por la fácil, el taxi. Mientras el taxista se manejaba a gran velocidad por las autopistas aprovechamos para ver los enormes rascacielos y practicar el poco chino que habíamos aprendido en la guía, o sea, nada.
Becarios en Shanghai
En Shanghai me acogería Pati (¡gracias de nuevo!), así que fuimos a buscarla a la Oficina Comercial situada en un centro comercial muy céntrico. Comimos por la zona y luego fuimos a casa a dejar las maletas, ducharnos y dar una vuelta por la zona para terminar encontrándonos en un barrio bastante chino y donde nos dimos un masaje de pies (¡2,5 euros por una hora!).
Templo budista en Shanghai
De noche en Shanghai
Durante los días siguientes recorrimos Shanghai, el tiempo no acompañó del todo y más de un día tuvimos lluvias, pero daba igual porque me parecía todo tan sorprendente que ni el agua podía estropearlo. Tomamos algo en un bar desde el que podíamos apreciar el
skyline; recorrimos los pasillos del mercado de bichos y nos fascinó que la gente comprase grillos como mascotas vimos el mercado de los solteros donde los padres ponen carteles promocionando a sus hijos con ánimo de encontrarles pareja; cenamos en un Tepan Yaki todo lo que pudimos aunque unos franceses se empeñaron en demostrar que eran más “españoles” que nosotros en cuanto a meter ruido; estuvimos de fiesta en el club 88 de Shanghai donde nos juntamos con la jetset, nos invitaron a una botella porqué sí, robamos sandía de mesas vecinas y fuimos vomitados por un chino de gran volumen; cogimos multitud de taxis a precios de risa; recorrimos los pasillos del Fake Market donde todos los dependientes querían vendernos artículos de la mejor calidad a precios que bajaban demasiado rápido en cuanto aparentábamos no interesarnos mucho; visitamos la Ciudad Antigua y los jardines donde creímos viajar a tiempos pasados; comimos en muchos sitios por menos de dos euros aunque no pude probar nada realmente extraordinario (exceptuando una ensalada de frutas con mahonesa ¡puaj! y una tortuga); visitamos la zona de Pudong pero no pudimos subir al edificio más alto porque hacía muy mal tiempo y no veríamos nada; sufrimos las aglomeraciones del metro; intentamos visitar la zona de Qipao pero la lluvia tampoco nos dejó y dedicidimos pasar el rato dentro de un restaurante viendo como llovía y luchándonos por hacernos entender; visitamos varios templos budistas…
Becarios en el Skyline de Shanghai (dia)
Becarios en el Skyline de Shanghai (noche)
Al final, tras cinco días maravillosos por Shanghai, poníamos rumbo al aeropuerto en el tren de levitación magnética (MAGLEV) donde no pudimos alcanzar los 415 km/h pero a 300 km/h casi me da un infarto cuando se cruzó con el que venía en sentido contrario y por último, tras un rato de esperas en el aeropuerto cogimos el avión rumbo a Hong Kong.
Hong Kong y Macao (7 a 11 de junio)
En la estación central de Hong Kong nos recibiría Marga, que me acogería durante unos cuantos días (¡gracias otra vez!), y de ahí iríamos a su casa a través del escalator unas escaleras mecánicas que ayudan a llegar desde la parte de abajo a los niveles más altos de la ciudad, un alivio porque el calor de esa ciudad es algo insoportable… Dejamos todo en casa y subimos al Peak desde donde veríamos anocher y nos queadríamos fascinandos por las vistas, nos hicimos las fotos de rigor, fuimos a cenar a un vientaminta y por último a tomar algo a un bar escondido entre callejones por los donde no tengo muy claro que me atreviese a pasear solo.
Skyline de Hong Kong
Mercado callejero en HK
Durante los días siguientes, bajo un calor insoportable que nos obligaba a hacer esfuerzos para quitarnos nuestras camisetas empapadas cada vez que llegábamos a casa, fuimos recorriendo Hong Kong y sus alrededores; visitamos Lantau donde tras un buen rato de viaje en metro y autobús vimos un buda gigante en una isla que a más de uno nos hizo creer que nos encontrábamos en los paisajes de “Lost”; compramos inciensos que luego serían el objeto de varias increpaciones por parte de los locales acusándonos de sacrilegio; paseamos por el Lady’s Market y sus estrechas calles llenas de puestos donde se podían comprar de todo; sufrimos choques térmicos cada vez que entrábamos a un edificio, taxi o metro desde la calle donde habría una diferencia de temperatura de unos 20 grados; nos impresionamos con el precioso
skyline de la ciudad y el espectáculo de luces, muy hortera decían unos, un fascinante atentado contra la ecología decíamos otros; nos creímos importantes ingleses apostando en las carreras del hipódromo al caballo que nunca ganó; tras varios días agotadores intenté dormir y no pude; recorrimos una de las calles más importantes de Hong Kong, Hennessy Road, con una resaca de aúpa; “robamos frío” en varios 7eleven donde intentábamos recuperar los líquidos que nunca recuperábamos; visitamos Macao, ciudad de la perdición donde las haya, que me permitió jugar la mano más cara del
blackjack de mi vida en el
casino más grande del mundo; visitamos varios templos budistas que nos parecieron muy similares a los de Shanghai; sufrimos los precios de la noche Hongkonita y por un momento echamos de menos Bucarest…
Buda gigante de Lantau
Despedida en HK
Después 5 días por Hong Kong, el sábado 11 tocaba emprender la dolorosa vuelta. Utilizamos las
octobpus card que tanto nos habían acompañado en la última compra, el tren hacia el aeropuerto, que sería el comienzo de un viaje de 23 horas. Volamos a Shanghai y en lugar de dormir en el aeropuerto fuimos al hotel del mismo (no, no es que me haya acomodado, fueron causas mayores); por la mañana cogimos un avión rumbo a Moscú que, aunque ya eterno de por sí, intentaron prolongarlo mediante la proyección de películas horrorosas; hicimos una escala de 4 horas en la ciudad donde había empezado todo días atrás y que ya formaba parte de un pasado muy lejano y por fin, tras muchísimas horas de viaje, llegábamos a nuestra casa.
Un viaje increíble por tierras totalmente desconocidas que consiguieron arrancar sonrisas mirase donde mirase, algunos compañeros de viaje nuevos y otros ya más que conocidos. Una experiencia única pero no irrepetible, prometo volver algún día…